¿Dónde está Beatriz?
Dicen que los Angeles de la Guarda estan cerca siempre, yo los imagino como unos seres alados, con largas cabelleras rubias y flores adornando sus vestidos; atentos cosnstantemente a evitar el golpe o a ayudar a suavizar la caida.
Hay personas que cruzan nuestra vidas y aún cuando no tienen alas, avanzan ligeras por el mundo.Nos acompañan, nos cuidan y cuando se van, permanecen en la piel, en los sentidos haciendonos saber que estan con nosotros, pendientes, orgullosos de nuestros logros y preocupados por nuestros tropiezos.
Yo tuve la fortuna de contar con alguien asi toda mi vida. Mi madrina, Beatriz Aya, mujer a la que admiro. Reunia magistralmente en su ser fuerza y delicadeza. Su personalidad es tan especial que me cuesta trabajo describirla. Lo he tratado de hacer muchas veces tras su muerte, como homenaje postumo y cuando lo intento me voy a los recuerdos infantiles, a los detalles, a la nobleza, termino siempre hablando más de mi que de ella. Le he dado muchas vueltas a estas líneas y ahora que las releo descubro cosas de su personalidad.
Me remito a los recuerdos infantiles, a las cenas en su casa, a Doña Maria, a los cuadros de Cecilia, a las navidades con globos de Pacho, a los regalos más impactantes que una niña pueda recibir, voy a mi infancia, por que Beatriz fue siempre joven, no importaba que edad tuviese la persona que se le acercaba, ella siempre supo como establecer un vinculo profundo. Hacer crecer al chiquito, tratarlo como alguién digno, sentarlo a su mesa con las mejores galas e involucrarlo en la conversación. Sabía también como poner a bailar y a sonreir al anciano, haciendole olvidar sus años. Beatriz sabía hacer magia con las horas, a todos sin importar la edad o el temperamento nos regalo momentos agradables.
Pienso en los detalles, porque en todos y cada uno me la encuentro. Un florero bien arreglado, es Beatriz, un regalo envuelto con originalidad y delicadeza, una mesa bien puesta, un banquete en la mitad de la semana y del acelere de la ciudad, una tela bordada sutilmente, objetos grandes y chicos con personlidad, caracoles, sillitas, una targeta con las palabras apropiadas, un casquete de bala que alberga un a flor y podria continuar con una lista interminable de pequeñas cosas que se hacen maravillas en las manos de Beatriz.
Hablo de nobleza, porque siempre senti que al conocerla a ella habia conocido a la realeza en persona, de chiquita pensaba que Doña Maria era una reina y sus hijas unas maravillosas princesas. Veo una mujer elegante, que camina casi flotando, con una figura sútil y delicada, vestida con de alguien que sabe que lo que se ponga luce bien en ella, desde una manta guajira hasta un vestido antiguo. Recuerdo sus joyas maravillosas, por originales, por preciosas, pero jamás por ostentotosas. Visito con mi memoria sus casas y me la encuentro rodeada siempre de objetos que provienen de lugares lejanos que Beatriz visito en tiempos en que viajar no era sencillo, recuerdo sus historias, me la imagino viviendo en Paris, pero con la misma elegancia veo su silueta en Suba o disfrutando de Pacho, haciendo del lugar en el que vivia un paraiso. La veo en Texas comprando ganado y en algún rincón del mundo arriesgandose a plilotear una avioneta. La oigo hablar en Ingles con perfecto acento y luego cambiar al Frances sin titubear. Veo a una mujer versatil, llena de mundo.
Fue coherente siempre con sus ideas, hizo honor siempre al papel de la mujer, y asi le dio altura a todas las que trabajaron para ella o con ella. Su forma de dar, de perdonar, de continuar con la vida eran de una persona llena de sabiduria, por eso a pesar de los golpes finacieros y quebrantos de salud, siempre avanzó, jamas miro a tras, ni alimento rencores, ni resentimientos. Todo aquel que se cruzó en el camino con Beatriz se la va ha encotrar muchas veces aunque ya no este en este mundo. Todo aquel que la conoció la recordara siempre.
Su ausencia me duele, pero sonrio pensando que en cada rincon de mi casa hay algo que me la recuerda, descubro que dejó una huella profunda. Guardaré como un tesoro muy grande ese hilito de voz que oi hace unas semanas por teléfono, despidiendose, sabiendo que no podia hablar mucho pero dedicandome unas palabras con el verdadero sentido de lo que llamamos "aliento de vida".


